Nadie puede negarle a Lynn Margulis su valentía profesional para hacer aceptable en Occidente, contra las ideas que el ruso Dobhzansky ayudó a imponer, otra idea de origen ruso, la de la simbiogénesis.
Habría sin duda que dedicar un capítulo entero de la historia de las ideas a analizar la libertad que ciertos pensadores rusos se tomaron, desde Lomonosov en adelante (pasando por Lobatchewsky, Ambartsumian, Vernadsky, Pablov y, por qué no, también Lysenko), y ello en medio de sucesivas dictaduras políticas.
Pero volviendo a la simbiogénesis (que la propia Margulis admite que es una idea "prestada"), es interesante saber cuáles son los supuestos que están detrás de ella.
En primer lugar, Margulis retomó la idea de "herencia citoplasmática", de la cual habían evidencias en los años treinta, antes de que la guerra eclipsara el pensamiento europeo continental y elevara, por encima de todas, aquellas contribuciones, nacionales o de emigrantes, que se desarrollaron en el mundo anglosajón.
El hecho de que las organelas se dividieran previamente al proceso de división del núcleo, y el hecho de que las mitocondrias se transmitieran sólo por vía materna, es algo a lo que se le restó importancia, hasta que Margulis empezó a orientar la atención de un grupo de investigadores hacia la presencia, también conocida, de ADN en localizaciones inesperadas, básicamente en mitocondrias y cloroplastos. Ese ADN, además, era circular, lo cual le hizo pensar a Margulis en un origen bacteriano.
Ante la falta de mejores explicaciones, los propios partidarios de la Síntesis admiten hoy en día un origen bacteriano para la mitocondria. Pero la posición de Margulis va más lejos. Ella considera que las bacterias, a través de la comunicación de plásmidos, han formado una red de intercambio de información que les ha permitido combinarse en una especie de organismo total antes de la existencia de la pluricelularidad, y hacer recombinaciones de genes antes de la aparición de la reproducción sexual. Un superorganismo inmortal (en el sentido bacteriano de la inmortalidad, es decir, en el sentido de una duplicación sucesiva que no termina nunca con el material de los progenitores). Y todo ello antes de que una bacteria de vida libre invadió a otra y se unió a ella, o se dejó engullir y la parasitó, creándose así una unidad organizacionalmente cerrada a partir de múltiples seres, cada uno con su ADN.
Así como Dawkins representa (según él cree) un materialismo radical similar al que debió profesar Darwin, Margulis es partidaria de un animismo como el de Haeckel (a la sazón, partidario de Darwin) que la lleva a sostener, en Microcosmos, que algunas bacterias, al poseer estructuras de sostén similares a los microtúbulos que hay en nuestras neuronas, podrían llegar a pensar.
Personalmente no tengo nada en contra de estas ideas, y creo que la existencia de este pensamiento enriquece el debate en el campo de la Biología. De todos modos, hay en esta teoría un supuesto de base que es cuestionable: ADN codificante equivale a autonomía vital.
Esa equivalencia es lo que fundamenta la idea de simbiogénesis, y lo que hace que en los manuales aparezca ya como "hecho probado", después de años de rechazo. Lo cierto es que la mitocondria, por ejemplo, cuenta con muy pocos genes, y estos no actúan si no reciben la orden, o la colaboración, de genes que están ubicados en el núcleo.
Claro que para Margulis "antes debió ser de otra manera". Eso es lo que la ubica un pie por fuera del actualismo. Pero está en su derecho de hacerlo, pues ella no nos dice cómo la vida funciona ahora, sino que nos cuenta un hermoso relato -lleno de lagunas, de alusiones a "invenciones" cuando no hay una explicación plausible más ortodoxa- acerca de cómo las cosas fueron "alguna vez" (el "alguna vez" de los grandes mitos que buscan decirnos quiénes somos al contestar a la pregunta "de dónde venimos").
Copyright Daniel Omar Stchigel. Derechos reservados.
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