viernes, 4 de abril de 2008

¿Explica la Teoría de la Evolución de Darwin la esencia de la vida?

En sus últimos años de vida, Darwin se dedicó a probar que el lento trabajo de las lombrices de tierra había hecho a este mundo fértil. Extrañamente, no habla en esta obra de la evolución de las lombrices. Las presenta como mecanismos permanentes de procesamiento de la materia orgánica, en un claro anticipo de las ideas de Lovelock. Quizás sea lo más rescatable de su obra, lo que de modo más intacto le ha sobrevivido, y, sin embargo, no se considera central en su pensamiento.
Nadie le puede negar a Darwin haber llevado su teoría valientemente hasta las últimas consecuencias. Los resortes que disponen algunas flores para disparar el polen sobre el insecto que viene en busca de su néctar dulce, hecho que hizo a Proust escribir una maravillosa página de "entomólogo humano" al comienzo de Sodoma y Gomorra (tercer tomo de En busca del tiempo perdido), un verdadero desafío para la teoría de la selección natural, es para Darwin una prueba del proceso de la evolución por competencia entre las flores de una especie que presentan los mejores resortes vegetales, y los más ricos premios para sus fecundadores.
Algo, sin embargo, que no ha quedado suficientemente claro, es que Darwin nunca enfrentó el tema de la esencia de la vida. Cuando habla de los factores que hacen posible la evolución, tomándolos como datos, repite una de las características de la vieja definición aristotélica: la reproducción. Es verdad que agrega algo fundamental que Aristóteles no menciona: la variabilidad. ¿Por qué ella no figura en la lista aristotélica? Pues porque la esencia es lo común a una clase de entes, y la variabilidad indica el hecho de que tienden a ser diferentes. ¿Cómo explicaban los griegos antiguos la diferencia entre dos ríos? Por el hecho de que dos náyades distintas los habitaban. La diferencia es un atributo singularizador, humanizante.
La variabilidad era para los griegos lo que no interesaba, la apariencia, el detalle, no la esencia. Aun cuando algunos filósofos griegos hablaron de evolución (Empédocles, por ejemplo), no le dieron importancia porque ellos buscaban lo permanente y lo igual, no lo cambiante y lo diferente.
Darwin sabía que los seres vivientes se nutrían, crecían y se reproducían. Cómo pasaba eso, nunca lo supo. Pero pensó que era más importante el tema de la biodiversidad y la adaptación al medio, influido por la teología natural de Paley.
Como decía Leibniz, no encontraremos dos hojas ni dos piedras iguales. La variabilidad no es atributo de la vida. Lo genial en Darwin es, según Gould, haber juntado la esencia de la vida con su historia, es decir, la capacidad reproductiva con la variabilidad, y haber tratado de explicar, a partir de ahí, la complejidad, la adaptación, y otras características que los seres vivientes también poseen. Pero ¿qué sucedió después? Una vez explicada la biodiversidad por la selección natural, lo demás (nutrición, crecimiento, reproducción) quedó como meros detalles a aclarar en el interior de la gran teoría de Darwin. De ahí la famosa frase de Dobzhansky, que no viene ahora al caso comentar. Pero, ¿qué hizo Darwin con su teoría, finalmente? Resolvió, aparentemente, el problema del fenotipo, de cómo se lograba la aparición de llaves arbitrariamente decoradas que encajaban en la cerradura del entorno. ¿Y todo lo de adentro, todo lo fisiológico y lo molecular? Siguió en el misterio, pero se le restó importancia.
La teoría de Darwin sigue siendo discutida. Pero, aunque la aceptemos como el modo más adecuado de explicar la adaptación al entorno, no nos dice nada del funcionamiento de los seres vivientes, de su esencia, que sólo empieza a desentrañarse gracias a la Biología Molecular. Darwin dió una explicación de la forma de la tela que fabrica la gorda araña de las apariencias, la araña Maya. Vayamos, ahora, a la esencia.
Copyright Daniel Omar Stchigel. Derechos reservados.

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