Permítaseme ahora a mí una pequeña disquisición acerca de los “estilos moleculares” que pone en práctica la vida. Para empezar, lo invito, estimado lector, a imaginar alguna insólita actividad biológica o alguna extraña proeza metabólica. No es demasiado arriesgado asegurar que seguramente existe, conocida o no, alguna especie o cepa de bacteria capaz de llevarla a cabo.
Las bacterias- pequeñas células sin núcleo, por lo que se las denomina procariontes- pueden huir de una fuente de sustancia tóxica siguiendo la dirección en que la concentración de la sustancia va disminuyendo. Pueden orientarse siguiendo los campos magnéticos terrestres gracias a la acumulación de magnetita. Pueden utilizar compuestos orgánicos usualmente tóxicos para los seres vivos, como los fenoles y hasta los antibióticos como fuentes de carbono y de energía. Pueden incorporar y hasta dar uso a un ADN proveniente de otro microorganismo ya muerto. Las bacterias pueden modificar las proteínas de su superficie con el fin de confundir al sistema inmune de un hospedador infectado muchísimo más grande que ella y producir una infinidad de armas biológicas certeras contra él. Pueden nutrirse de la dieta más magra del mundo: extraer energía de una sal inorgánica reducida y carbono del aire. Pueden vivir soportando altísimas temperaturas o permanecer latentes durante muchos años en la sequía y escasez de recursos más completa. ¡Qué no pueden entonces hacer las bacterias!
¿Le parece a usted esto acaso una apología del mundo microbiano? Lo es si consideramos al pragmatismo y a la economía de medios como atributos del estilo más deseable para llevar a cabo un objetivo.
Pero lo cierto es que no hay lugar para el lujo, ni para el derroche de energía, ni para el despliegue de posibilidades en el siempre ajustado ambiente microbiano. De seguro no encontraremos allí los excesos del estilo que profesan las células nucleadas (eucariontes), que son las que conforman los seres multicelulares como nosotros. No encontraremos la posibilidad de crear múltiples versiones de una enzima que apenas difieran en pequeños detalles referidos a las condiciones de su acción catalítica. Tampoco hallaremos ampulosos mecanismos que requieran la producción y acción de decenas y decenas de moléculas para lograr la regulación exquisitamente controlada de la producción de una sola proteína.
En torno a este tema se me ocurre la siguiente reflexión. El estilo de vida que llevamos los seres humanos actualmente en nuestras sociedades, que nos lleva a valorar la ruta más rápida y directa para llegar a cumplir objetivos prácticos y concretos y a menospreciar las inversiones de tiempo y esfuerzo en afanes artísticos o no remunerativos, nos inclina a admirar más el “estilo molecular microbiano” que el que siguen muestras propias células en cada tarea. ¿Curioso, no?
Copyright Mirta E. Grimaldi. Derechos reservados.
Las bacterias- pequeñas células sin núcleo, por lo que se las denomina procariontes- pueden huir de una fuente de sustancia tóxica siguiendo la dirección en que la concentración de la sustancia va disminuyendo. Pueden orientarse siguiendo los campos magnéticos terrestres gracias a la acumulación de magnetita. Pueden utilizar compuestos orgánicos usualmente tóxicos para los seres vivos, como los fenoles y hasta los antibióticos como fuentes de carbono y de energía. Pueden incorporar y hasta dar uso a un ADN proveniente de otro microorganismo ya muerto. Las bacterias pueden modificar las proteínas de su superficie con el fin de confundir al sistema inmune de un hospedador infectado muchísimo más grande que ella y producir una infinidad de armas biológicas certeras contra él. Pueden nutrirse de la dieta más magra del mundo: extraer energía de una sal inorgánica reducida y carbono del aire. Pueden vivir soportando altísimas temperaturas o permanecer latentes durante muchos años en la sequía y escasez de recursos más completa. ¡Qué no pueden entonces hacer las bacterias!
¿Le parece a usted esto acaso una apología del mundo microbiano? Lo es si consideramos al pragmatismo y a la economía de medios como atributos del estilo más deseable para llevar a cabo un objetivo.
Pero lo cierto es que no hay lugar para el lujo, ni para el derroche de energía, ni para el despliegue de posibilidades en el siempre ajustado ambiente microbiano. De seguro no encontraremos allí los excesos del estilo que profesan las células nucleadas (eucariontes), que son las que conforman los seres multicelulares como nosotros. No encontraremos la posibilidad de crear múltiples versiones de una enzima que apenas difieran en pequeños detalles referidos a las condiciones de su acción catalítica. Tampoco hallaremos ampulosos mecanismos que requieran la producción y acción de decenas y decenas de moléculas para lograr la regulación exquisitamente controlada de la producción de una sola proteína.
En torno a este tema se me ocurre la siguiente reflexión. El estilo de vida que llevamos los seres humanos actualmente en nuestras sociedades, que nos lleva a valorar la ruta más rápida y directa para llegar a cumplir objetivos prácticos y concretos y a menospreciar las inversiones de tiempo y esfuerzo en afanes artísticos o no remunerativos, nos inclina a admirar más el “estilo molecular microbiano” que el que siguen muestras propias células en cada tarea. ¿Curioso, no?
Copyright Mirta E. Grimaldi. Derechos reservados.
No hay comentarios:
Publicar un comentario