Hacia 1940 una sensación de falso triunfo invadió a la infectología, la asunción de que con el desarrollo de más y mejores antibióticos el absoluto control de las infecciones bacterianas era sólo cuestión de tiempo. Pero el tiempo dictaminó lo contrario. Hoy la industria farmacéutica se enfrenta con la continua aparición de cepas microbianas resistentes a nuevos y a cada vez más numerosos antibióticos.
La resistencia a una sola droga puede explicarse sencillamente por mutaciones que alteren la permeabilidad de la membrana de la bacteria impidiendo el ingreso de la droga, o por la adquisición de genes (transferidos por conjugación a partir de otra bacteria) que posean la información para fabricar una proteína que sea capaz de modificar químicamente al antibiótico inactivándolo. Hasta aquí, esto es historia conocida.
Sin embargo, en los últimos años se ha comprobado que el mecanismo más importante de resistencia de las bacterias a nuestros fármacos no deriva de mutaciones defectivas aleatorias, ni de la eventual transferencia genética, sino de la presencia de ciertos transportadores de membrana capaces de expulsar las drogas indeseables del interior de la célula hacia el medio extracelular, cuando las "considera" como riesgosas para su supervivencia.
El hecho es que cada vez se conocen más tipos de estos transportadores, y se los encuentra en más tipos celulares diferentes. Tanto es así que algunos de ellos están también presentes en células nucleadas como las nuestras, y comprometen la efectividad de otras terapias, como las terapias antineoplásicas que buscan controlar la proliferación de tumores.
La situación es grave, ya que estos transportadores, si bien necesitan una fuente de energía para funcionar, tienen la flexibilidad necesaria para ser capaces de eyectar de la célula moléculas muy variadas -le recuerdo aquí al lector que la gran mayoría de transportadores de membrana conocidos anteriormente, por el contrario, son altamente específicos, ya que transportan una sola sustancia por vez-.
Los intentos de desarrollar drogas que no sean reconocidas por ningún transportador o inhibidores de dichas proteínas de transporte fueron infructuosos.
Así que, administremos lo que administremos, con la intención de que actúe, o bien sobre una bacteria invasora, o bien sobre una de nuestras células que esté funcionando incorrectamente, siempre estará la posibilidad de que la célula blanco rechace el remedio, como un bebé que escupe la cucharada de jarabe -o como un microsistema inmunitario que distingue entre lo "propio" y lo "extraño", lo cual nos lleva al sentido de la identidad en distintos niveles de organización de la materia viva-.
¿Cuándo encontrará la industria farmacéutica el camino de salida de este atolladero?
Copyright Mirta Grimaldi. Derechos reservados.
Sin embargo, en los últimos años se ha comprobado que el mecanismo más importante de resistencia de las bacterias a nuestros fármacos no deriva de mutaciones defectivas aleatorias, ni de la eventual transferencia genética, sino de la presencia de ciertos transportadores de membrana capaces de expulsar las drogas indeseables del interior de la célula hacia el medio extracelular, cuando las "considera" como riesgosas para su supervivencia.
El hecho es que cada vez se conocen más tipos de estos transportadores, y se los encuentra en más tipos celulares diferentes. Tanto es así que algunos de ellos están también presentes en células nucleadas como las nuestras, y comprometen la efectividad de otras terapias, como las terapias antineoplásicas que buscan controlar la proliferación de tumores.
La situación es grave, ya que estos transportadores, si bien necesitan una fuente de energía para funcionar, tienen la flexibilidad necesaria para ser capaces de eyectar de la célula moléculas muy variadas -le recuerdo aquí al lector que la gran mayoría de transportadores de membrana conocidos anteriormente, por el contrario, son altamente específicos, ya que transportan una sola sustancia por vez-.
Los intentos de desarrollar drogas que no sean reconocidas por ningún transportador o inhibidores de dichas proteínas de transporte fueron infructuosos.
Así que, administremos lo que administremos, con la intención de que actúe, o bien sobre una bacteria invasora, o bien sobre una de nuestras células que esté funcionando incorrectamente, siempre estará la posibilidad de que la célula blanco rechace el remedio, como un bebé que escupe la cucharada de jarabe -o como un microsistema inmunitario que distingue entre lo "propio" y lo "extraño", lo cual nos lleva al sentido de la identidad en distintos niveles de organización de la materia viva-.
¿Cuándo encontrará la industria farmacéutica el camino de salida de este atolladero?
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