Para que un gen se multiplique, la reproducción es innecesaria. Bastaría con una colonia de organismos pluricelulares, o con que todas las células diferenciadas fueran permanentemente renovadas. Sin embargo, la vida parece seguir siempre el camino improbable. Luego de años de dividirse y especializarse, los organismos de reproducción sexual reservan unas células que se han mantenido totipotenciales, a la espera de que otras células diferenciadas de corta vida vengan de muy lejos, ayudadas con un flagelo móvil, a aportar genes nuevos con los cuales mezclarán los suyos, y contra los cuales deberán luchar por su supervivencia y replicación futura. Todo muy extraño.
Tan extraño es esto, que uno esperaría que, producida la fecundación, el sistema inmunitario generara una respuesta de rechazo a esa mezcla de conocido y desconocido, de propio y ajeno, que implica la reproducción. Sin embargo, por lo general, eso no pasa, y, como si anticipara su propia mortalidad, el organismo cede a la incorporación de lo extraño para persistir, al menos parcialmente, por una generación más.
Un equipo de científicos argentinos, liderado por el doctor Rabinovich, ha descubierto que la respuesta inmune contra el feto no difiere en nada de la que generaría una célula mutante. Es sólo que, al igual que lo hacen algunos tumores, el feto en formación secreta una sustancia (un azúcar con propiedades informacionales) que inhibe la acción del sistema inmune a nivel local, protegiéndose así del rechazo del propio progenitor de cuya sangre se alimenta.
¿Qué nos demuestra esto? Nos demuestra que el ser individual trasciende su genética, lucha por su propia identidad como lo hace la célula mutada, como si fuera una parte del propio organismo rebelada contra él, a la manera de una enfermedad. Nos demuestra que no hay genes aislados, sino genomas enteros, genomas que fueron generados mediante una combinación aceptada durante la fecundación, aunque rechazada luego durante el embarazo, genomas que disponen de la información necesaria para resistir ese rechazo y conquistar así su propia individualidad. Una información con la que también el tumor, que mata, puede lograr su propia proliferación.
Como ya lo hemos dicho, estamos en el ámbito de la complejidad. Aquí las explicaciones lineales no nos sirven. La armonía surge de una verdadera guerra de opuestos, como pensaba Heráclito. Que los mismos recursos que sirven a la prolongación de la vida hagan posibles mecanismos de muerte, nos muestra, en la vida pluricelular, la existencia de una dialéctica de tintes trágicos que nos recuerda la idea de Nietzsche: el mundo como un juego cuyo sentido trasciende todo criterio humano de moralidad.
Copyright Daniel Omar Stchigel. Derechos reservados.
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