Repasando los artículos de Daniel percibo su constante preocupación por refutar el tan mentado “egoísmo a la Dawkins” en el orden biológico. No obstante, no es nada difícil encontrar ejemplos de colaboración en el mundo de las moléculas y estructuras subcelulares biológicas. Es más, uno podría citar muchos de ellos.
Refirámonos específicamente a una maravillosa y dinámica estructura, extendida a lo ancho y a lo largo de toda célula eucariota: el citoesqueleto. No se podrían enumerar las múltiples funciones del citoesqueleto prescindiendo de la mención de prácticamente todas las otras estructuras celulares. Sin miedo a exagerar, el citoesqueleto no tiene ninguna función propia, exclusiva. Toda su enorme funcionalidad descansa sobre la interacción colaborativa con organelas, con moléculas, con complejos moleculares que no forman parte de él.
El citoesqueleto ubica a las organelas en los sitios donde son más eficientes en su funcionamiento y hasta las reubican si es necesario. Reparte los complejos moleculares que llevan las copias de la información genética -los cromosomas- entre las dos células hijas durante la división celular. Transporta grupos de moléculas empaquetadas dentro de vesículas. Refuerza tejidos anclando sus células entre sí y a componentes de la matriz extracelular. El citoesqueleto permite respuestas fisiológicas tisulares complejas -como la inflamación- al posibilitar la migración de algunos tipos celulares. El citoesqueleto colabora con una proteína contráctil -la miosina-para posibilitar la contractilidad muscular. Sostiene al núcleo. Hasta permite que un embrión vaya modelándose. Y la interminable lista sigue... Es como “la Tía Tula” para la célula (quienes hayan leído el libro de Unamuno evocarán ese maravilloso personaje que sólo vivía la vida de los demás).
Mal llamado está el citoesqueleto si pensamos en su extraordinaria plasticidad, pero perfectamente llamado está si atendemos a su función de sostén de tantas actividades biológicas.
Supongo que, como único ejemplo, éste es lo suficientemente contundente como para preocuparse menos por el supuesto egoísmo de los genes y empezar a reflexionar acerca de la, mucho más evidente, colaboración de todas las estructuras a nivel molecular para sostener la vida. ¿No te parece, Daniel? ¿Y usted, lector, qué opina?
Copyright Mirta E. Grimaldi. Derechos reservados.
Refirámonos específicamente a una maravillosa y dinámica estructura, extendida a lo ancho y a lo largo de toda célula eucariota: el citoesqueleto. No se podrían enumerar las múltiples funciones del citoesqueleto prescindiendo de la mención de prácticamente todas las otras estructuras celulares. Sin miedo a exagerar, el citoesqueleto no tiene ninguna función propia, exclusiva. Toda su enorme funcionalidad descansa sobre la interacción colaborativa con organelas, con moléculas, con complejos moleculares que no forman parte de él.
El citoesqueleto ubica a las organelas en los sitios donde son más eficientes en su funcionamiento y hasta las reubican si es necesario. Reparte los complejos moleculares que llevan las copias de la información genética -los cromosomas- entre las dos células hijas durante la división celular. Transporta grupos de moléculas empaquetadas dentro de vesículas. Refuerza tejidos anclando sus células entre sí y a componentes de la matriz extracelular. El citoesqueleto permite respuestas fisiológicas tisulares complejas -como la inflamación- al posibilitar la migración de algunos tipos celulares. El citoesqueleto colabora con una proteína contráctil -la miosina-para posibilitar la contractilidad muscular. Sostiene al núcleo. Hasta permite que un embrión vaya modelándose. Y la interminable lista sigue... Es como “la Tía Tula” para la célula (quienes hayan leído el libro de Unamuno evocarán ese maravilloso personaje que sólo vivía la vida de los demás).
Mal llamado está el citoesqueleto si pensamos en su extraordinaria plasticidad, pero perfectamente llamado está si atendemos a su función de sostén de tantas actividades biológicas.
Supongo que, como único ejemplo, éste es lo suficientemente contundente como para preocuparse menos por el supuesto egoísmo de los genes y empezar a reflexionar acerca de la, mucho más evidente, colaboración de todas las estructuras a nivel molecular para sostener la vida. ¿No te parece, Daniel? ¿Y usted, lector, qué opina?
Copyright Mirta E. Grimaldi. Derechos reservados.
No hay comentarios:
Publicar un comentario