En teoría, la biología debe lidiar con múltiples niveles de organización a la vez: el molecular, el celular, el tisular, el de órgano, el del organismo individual, el poblacional y hasta el de la comunidad. (Recomiendo leer al respecto el artículo de Daniel que discute si la evolución transcurre o no en esos diferentes niveles).
Sin embargo, actualmente se ha impuesto la biología molecular, y con ella una visión que pretende cubrir completamente el espectro biológico empleando casi exclusivamente sus propios métodos de análisis, que son justamente los que más han progresado en las últimas décadas. Y este proceder, valga como autocrítica, no parece llevar más que a conclusiones del mismo nivel, el molecular.
Recuerdo una anécdota de mis épocas de estudiante universitaria. Ante la pregunta de cómo el funcionamiento renal permitía la homeostasis iónica en el plasma sanguíneo mediante la variación de la composición iónica de la orina, describí los mecanismos de transporte de iones presentes en las membranas de una célula de los túbulos renales y entregué confiadamente mi examen. La lección la recibí cuando me fue devuelto con un inexplicable - para mí- aplazo. La profesora de fisiología me dijo entonces (y nunca lo olvidé): ¿Así que una rata tiene una única célula renal?
Hoy las ciencias biológicas suponen que puede entenderse la hiper-compleja situación de preñez en términos de interacciones entre moléculas de origen fetal y moléculas de origen materno (trabajo al que Daniel aludió en “Los hijos contra sus padres”). O explicar patologías neurodegenerativas hallando mutaciones en el ADN (enfermedad de Hungtington, por ejemplo) o alteraciones proteicas (Alzheimer, Parkinson). ¿No está tan lejos de mi enfoque reduccionista de estudiante, verdad?
Aunque sepamos que cada nivel de organización posee propiedades emergentes que aportan una mayor complejidad respecto al nivel inmediatamente inferior, cuando explicamos una enfermedad del individuo sólo en términos moleculares o celulares o, cuanto mucho, tisulares, no lo tenemos realmente en cuenta. Muchos dirán -diremos- que ya es bastante complicado entender este nivel. Y sí, es así, pero ¿será suficiente?
Copyright Mirta E. Grimaldi. Derechos reservados.
Sin embargo, actualmente se ha impuesto la biología molecular, y con ella una visión que pretende cubrir completamente el espectro biológico empleando casi exclusivamente sus propios métodos de análisis, que son justamente los que más han progresado en las últimas décadas. Y este proceder, valga como autocrítica, no parece llevar más que a conclusiones del mismo nivel, el molecular.
Recuerdo una anécdota de mis épocas de estudiante universitaria. Ante la pregunta de cómo el funcionamiento renal permitía la homeostasis iónica en el plasma sanguíneo mediante la variación de la composición iónica de la orina, describí los mecanismos de transporte de iones presentes en las membranas de una célula de los túbulos renales y entregué confiadamente mi examen. La lección la recibí cuando me fue devuelto con un inexplicable - para mí- aplazo. La profesora de fisiología me dijo entonces (y nunca lo olvidé): ¿Así que una rata tiene una única célula renal?
Hoy las ciencias biológicas suponen que puede entenderse la hiper-compleja situación de preñez en términos de interacciones entre moléculas de origen fetal y moléculas de origen materno (trabajo al que Daniel aludió en “Los hijos contra sus padres”). O explicar patologías neurodegenerativas hallando mutaciones en el ADN (enfermedad de Hungtington, por ejemplo) o alteraciones proteicas (Alzheimer, Parkinson). ¿No está tan lejos de mi enfoque reduccionista de estudiante, verdad?
Aunque sepamos que cada nivel de organización posee propiedades emergentes que aportan una mayor complejidad respecto al nivel inmediatamente inferior, cuando explicamos una enfermedad del individuo sólo en términos moleculares o celulares o, cuanto mucho, tisulares, no lo tenemos realmente en cuenta. Muchos dirán -diremos- que ya es bastante complicado entender este nivel. Y sí, es así, pero ¿será suficiente?
Copyright Mirta E. Grimaldi. Derechos reservados.
No hay comentarios:
Publicar un comentario