La excelencia de la estrategia de una araña para atrapar insectos sobre una tela pegajosa o el ingenioso plan de una hormiga cortadora de cultivar hongos sobre fragmentos de hojas de vegetales me han impactado desde pequeña.
Como consecuencia de la pobre formación en etología que he tenido - bastante autodidacta, en realidad, basada en unos cuantos libros de Vitus Dröscher, documentales televisivos y poco más- se me ha inculcado, como a todos, que aún las estrategias más elaboradas, si son llevadas a cabo por organismos “sencillos” (o sea, no por mamíferos “superiores”) son el simple resultado de la puesta en acción de un conjunto de instintos innatos.
Sin embargo, pensando ahora acerca de ello, me empieza a parecer demasiado listo que una araña tienda su trampa, espere pacientemente que una mosca caiga en su red y que su previsión termine cumpliéndose. O que una hormiga “sepa” que depositando su hoja en el hormiguero el tiempo necesario -en condiciones de humedad, oscuridad y temperatura adecuadas-, sobre ella crecerán apetitosos hongos.
Una planta carnívora de zonas desérticas dispone sus hojas carnosas como pinzas para atrapar insectos que le brinden el nitrógeno que el suelo árido no puede brindarle. Una bacteria comanda sus flagelos móviles de manera de escapar rápidamente de una fuente tóxica.
Hay en todos estos comportamientos la puesta en marcha de diversas conductas complejas de planificación temporal con el objetivo de obtener cierta respuesta, ya sea por parte de otros organismos o del entorno abiótico.
No busco, con estas simplísimas disquisiciones, desmentir el dogma de la etología. Ni las arañas, ni las hormigas, ni las plantas carnívoras ni las bacterias son criaturas inteligentes. Pero, ¡vaya qué astutas son sus estrategias! Perdónenme la irreverencia los etólogos que puedan leer estas líneas.
Como consecuencia de la pobre formación en etología que he tenido - bastante autodidacta, en realidad, basada en unos cuantos libros de Vitus Dröscher, documentales televisivos y poco más- se me ha inculcado, como a todos, que aún las estrategias más elaboradas, si son llevadas a cabo por organismos “sencillos” (o sea, no por mamíferos “superiores”) son el simple resultado de la puesta en acción de un conjunto de instintos innatos.
Sin embargo, pensando ahora acerca de ello, me empieza a parecer demasiado listo que una araña tienda su trampa, espere pacientemente que una mosca caiga en su red y que su previsión termine cumpliéndose. O que una hormiga “sepa” que depositando su hoja en el hormiguero el tiempo necesario -en condiciones de humedad, oscuridad y temperatura adecuadas-, sobre ella crecerán apetitosos hongos.
Una planta carnívora de zonas desérticas dispone sus hojas carnosas como pinzas para atrapar insectos que le brinden el nitrógeno que el suelo árido no puede brindarle. Una bacteria comanda sus flagelos móviles de manera de escapar rápidamente de una fuente tóxica.
Hay en todos estos comportamientos la puesta en marcha de diversas conductas complejas de planificación temporal con el objetivo de obtener cierta respuesta, ya sea por parte de otros organismos o del entorno abiótico.
No busco, con estas simplísimas disquisiciones, desmentir el dogma de la etología. Ni las arañas, ni las hormigas, ni las plantas carnívoras ni las bacterias son criaturas inteligentes. Pero, ¡vaya qué astutas son sus estrategias! Perdónenme la irreverencia los etólogos que puedan leer estas líneas.
Copyright Mirta E. Grimaldi. Derechos reservados.
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