A riesgo de que Daniel -acérrimo defensor de los derechos del animal- vete mi participación en el blog, les contaré algo que me ha ocurrido hace unos días en un bioterio. He debido colaborar durante la disección de ratas con el fin de obtener muestras de tejido del hipocampo (una de las áreas del encéfalo), en el marco de la investigación sobre hipoxia perinatal en la que tengo el honor de participar. No es la idea de este comentario entrar en detalles acerca del inevitablemente sanguinario procedimiento. Ni detallar cómo una parte de esos animales habían sido sometidos a una cruel asfixia al momento de nacer. Respecto a estos puntos, -y para que Daniel me perdone- solamente voy a reconocer que a los investigadores en biología molecular no nos suele sobrar, precisamente, la capacidad empática con otros animales.
Mi intención aquí es que reflexionemos sobre la selección de los objetos de estudio. Nuestra intención es estudiar, en todos los animales -tanto los asfícticos como los controles-, el aspecto microscópico de las sinapsis nerviosas y las variantes de expresión de algunas proteínas en dichas áreas del tejido nervioso. Sin embargo, sucedió algo muy llamativo. De las aproximadamente siete ratas sometidas a dicho estrés al nacimiento, dos se desarrollaron muchísimo menos que el resto, al punto de alcanzar, a los dos meses de vida, un tamaño unas cuatro veces menor al de las demás. Sin embargo, no estudiaremos este fenómeno. De estos animales extrañamente poco desarrollados, pensamos ver, como en el resto, las citadas diferencias a nivel nervioso y molecular, sin detenernos en la aplastante evidencia de que el efecto del tratamiento haya sido mucho más generalizado y haya alterado el desarrollo de todo el organismo.
Lejos están los tiempos en que un investigador iba guiando su búsqueda hacia diferentes niveles o aspectos del problema según iban surgiendo dificultades, o inquietudes, o fenómenos interesantes. Al fin y al cabo, somos biólogos moleculares modernos. Nuestro objeto de estudio son los contenidos celulares de un tejido determinado. Tenemos un exhaustivo plan de trabajo -preestablecido en todos sus pasos, en sus insumos, y hasta en sus posibles resultados- del que no podemos desviarnos. Y bueno, que del desarrollo del organismo como un todo se ocupen otros.
Copyright Mirta E. Grimaldi. Derechos reservados.
Mi intención aquí es que reflexionemos sobre la selección de los objetos de estudio. Nuestra intención es estudiar, en todos los animales -tanto los asfícticos como los controles-, el aspecto microscópico de las sinapsis nerviosas y las variantes de expresión de algunas proteínas en dichas áreas del tejido nervioso. Sin embargo, sucedió algo muy llamativo. De las aproximadamente siete ratas sometidas a dicho estrés al nacimiento, dos se desarrollaron muchísimo menos que el resto, al punto de alcanzar, a los dos meses de vida, un tamaño unas cuatro veces menor al de las demás. Sin embargo, no estudiaremos este fenómeno. De estos animales extrañamente poco desarrollados, pensamos ver, como en el resto, las citadas diferencias a nivel nervioso y molecular, sin detenernos en la aplastante evidencia de que el efecto del tratamiento haya sido mucho más generalizado y haya alterado el desarrollo de todo el organismo.
Lejos están los tiempos en que un investigador iba guiando su búsqueda hacia diferentes niveles o aspectos del problema según iban surgiendo dificultades, o inquietudes, o fenómenos interesantes. Al fin y al cabo, somos biólogos moleculares modernos. Nuestro objeto de estudio son los contenidos celulares de un tejido determinado. Tenemos un exhaustivo plan de trabajo -preestablecido en todos sus pasos, en sus insumos, y hasta en sus posibles resultados- del que no podemos desviarnos. Y bueno, que del desarrollo del organismo como un todo se ocupen otros.
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