viernes, 21 de marzo de 2008

¿Evolución, o descendencia con modificación?

En la época en la que Darwin escribió El origen de las especies, la palabra "evolución" se aplicaba al proceso de la embriogénesis, un procesos claramente dirigido, orientado hacia la madurez del individuo. Por ese motivo, Darwin no habló de evolución de las especies, sino de un concepto menos impactante, pero más acorde con su modelo de ciencia: el de "descendencia con modificación". Sin embargo, en medio de la polémica a que su libro dio lugar, su amigo Huxley le sugirió adoptar el concepto de evolución en el sentido que se le da actualmente, debido al uso que de él había hecho el filósofo Spencer, en obras que ganaban cada vez mayor popularidad. Spencer extendía la evolución a todos los ámbitos de la naturaleza, la entendía en un sentido netamente progresivista, y mostraba al hombre liberal como culminación de millones de años de evolución de la materia a lo largo de los cuales, contra toda evidencia termodinámica, había habido una "progresiva concentración de materia con una consiguiente disipación de movimiento". Con el tiempo, la teoría de Darwin sería identificada directamente con la teoría de la evolución, lo cual dio lugar a una gran confusión lingüística. Darwin pensaba, sí, que hay un progreso en la naturaleza, pero ese progreso era visto por él como resultado de lo que Gould llamaría hoy en día una "exaptación": si todos los nichos posibles en la naturaleza están llenos, la única manera de introducir una "cuña" de novedad es mediante una "mejoría" de algún tipo, al no haber recursos alimentarios alternativos. Claro que esa "mejoría" no implica necesariamente un aumento de complejidad por división del trabajo. Pero en una época en que poco se sabía de parasitismos, el aumento de complejidad parecía la vía recta hacia la adaptación, lo cual, a la larga, y con tiempo suficiente, desembocaría en la aparición de la humanidad. Una humanidad que, curiosamente, carece de otros medios de supervivencia que no sean los que, inteligentemente, les roba a otras formas de vida, con lo cual sus debilidades (falta de pelos, de fuertes dientes y de garras), gracias a un desarrollo atípico de la corteza cerebral, se convierten en fortalezas. No puedo evitar aquí el citar la frase de Nietzsche: "el hombre es un animal enfermo".
Como sea, la alternativa planteada hoy en día entre evolución y cracionismo, o entre Darwin y Dios, no hace más que aumentar esa confusión lingüística en la que, a nivel popular, el Dios de la creación en siete días libra un feroz combate contra el Dios del Progreso Ilimitado.
¿Qué pasaría si volviéramos a la idea original de Darwin? ¿Qué pasaría si habláramos de "descendencia con modificación"? ¿No sería esa una manera de dejar de lado las cuestiones políticas y religiosas que empañan el debate realmente interesante, que es "por qué hay seres que tienen descendencia" y "cuál es el motor de la variación"?
Quizás debamos recordar que parecía imposible escapar al debate entre preformismo y epigénesis, entre un organismo pequeñito en espera de su crecimiento -en la punta del espermatozoide, o en el cálido interior circular del óvulo-, y un protoplasma indiferenciado que se autoorganiza a partir de la nada. Y sin embargo, un buen día, aparecieron los genes y, más adelante, la información codificada en el ADN. Lo cual no quiere decir que el debate se haya terminado. Surgen nuevos conflictos. De lo contrario, nos moriríamos de aburrimiento.
Me arriesgo a pensar que lo mismo va a pasar, a la larga, con la lucha entre el evolucionismo "chapucerista" y la teoría del diseño inteligente. Evolución y diseño pasarán entonces al arcón de las viejas palabras extinguidas que se alimentaron de la materia de esos extraños sueños que, como el de Leewenhoeck, alguna vez habitaron los libros de ciencia.
Copyright Daniel Omar Stchigel. Derechos reservados

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