sábado, 22 de marzo de 2008

Fenotipo, genotipo, y lo que hay en el medio

Cuando Huxley planteó que los humanos descendemos de antropoides, de antepasados que compartimos con los monos, surgió el escándalo. De pronto, se había instalado una nueva herida narcicista en el corazón del hombre, hasta entonces considerado (por el propio hombre) como un ser único, ubicado en el pináculo de la creación. Por lo menos, es así como nos cuentan la historia. Como sea, todavía hay quienes piensan que, como se dice vulgarmente, "descendemos del mono". Creo que esta visión hace largo tiempo que se ha vuelto uno de esos temas en los que ya no vale la pena seguir pensando, menos aun desde que Dawkins ha planteado que somos complejas máquinas creadas para la replicación de genes, y Margulis, que somos simbiontes bacterianos, y, en última instancia, el medio a través del cual las bacterias han conquistado el espacio (o a través del cual ellas han vuelto, cambiadas, a su hogar, si debemos hacerle caso a Hoyle y a otros partidarios actuales de la panspermia).
Lo cierto es que, haber descendido de los simios, más allá de que los simios no tienen nada de primitivo ni de imperfecto más que para parámetros decimonónicos superados, no nos toca en nada. A lo sumo, ser simio o ser hombre son sólo "vestimentas" que la vida se pone en épocas sucesivas, la cáscara superficial de complejos procesos moleculares que se mantienen o cambian a lo largo del tiempo. Si nuestros genes pasaron alguna vez por el interior de antropoides antes de hacerlo por el interior de nosotros, es algo que nos afecta personalmente tan poco como el hecho de que las proteínas que ahora están en nuestros tejidos alguna vez estuvieron, con otra estructura, por supuesto, en la leche o en la carne que compramos en el supermercado.
Al ver a mi hija jugar, no puedo pensar que ella es sólo un conjunto complejo de procesos moleculares, de reacciones endergónicas y exergónicas que mantienen una homeostasis constantemente amenazada. Sin embargo, la Biología Molecular debe ver así a mi hija, para poder entenderla desde la perspectiva de su paradigma. Cada realidad es un diamante multifascetado del cual cada ciencia ve una cara, y de cuya sustancia interior no sabemos nada. Pero si vamos a hablar en términos bioquímicos, de nada nos sirve tampoco plantearnos las cosas en términos relacionados con el aspecto fenotípico de la vida. Si Galileo se hubiera quedado pensando en que la pluma nunca cae tan rápido al suelo como una naranja, la física moderna no hubiera existido.
La Biología no puede seguir hablando, en pleno siglo veintiuno, en términos del color de ojos de la Drosophila, o del tamaño del pelo del bisonte americano, o de la utilidad evolutiva que implica para algunos insectos darles golpecitos a las hembras de la especie cuando ellas se niegan a jugar al juego del amor, como ha dicho un biólogo ultradarwinista de cuyo nombre prefiero olvidarme. Cuando los partidarios del diseño inteligente discuten si un ciclo bioquímico como el de la coagulación de la sangre pudo surgir por un proceso no direccional de ensayo y error, no se les puede contestar con el carácter chapucero de la selección natural y la mutación al azar, que nos dieron muelas de juicio, o un apéndice que no se sabe para qué sirve.
Llevados a un plano molecular, que es donde se juega realmente el debate, a lo sumo se podrá hacer alusión a procesos de autoorganización espontánea en condiciones cercanas al caos. Ésto, sin embargo, es a todas luces insuficiente para explicar de qué modo, por pasos adaptativos sucesivos, se llegó a un sistema de coagulación cada vez más complejo; y sin embargo, en ningún caso, menos adecuado que el sistema que todavía sigue funcionando perfectamente en los peces.
Copyright Daniel Omar Stchigel. Derechos reservados.

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